‘La ballena tatuada’, grandeza tamaño cetáceo

Retrato de más de 180 páginas de una obsesión que lleva acompañando a Darío Adanti desde hace décadas y que, en parte, no es sino reflejo más o menos fiel de la obsesión de un personaje ficticio que, rizando el rizo, es el protagonista del relato por el que el argentino bebe los vientos, ‘La ballena tatuada‘ es, sin lugar a dudas, una de las lecturas más eclécticas y SOBRESALIENTES que nos vamos a echar a la cara durante este 2021: la extrema variedad de lo que el dibujante pone en juego, retomando una idea que tuvo una primitiva gestación allá por el ya lejano 1996, se traduce en un volumen que, girando una y otra vez en torno a dos polos fijos, traza una trayectoria elíptica alrededor de ambos en la que hay lugar para todo tipo de sugerentes propuestas gráficas, desde canciones inventadas sobre personajes históricos olvidados por los libros hasta disertaciones apasionantes sobre momentos de la historia que nunca leeréis contados con tanto brío y tan magnífica prosa, pasando, por supuesto, por páginas y páginas de fecundas viñetas que, en manos del estilo simple y caricaturesco del artista, apasionan por la expresividad suma de su colorido, basado en los tonos rojos y azules que ya asoman por barlovento en la portada del libro publicado por Astiberri.

Esa obsesión que despertó en Adanti la necesidad de empezar a mover su apetito creativo alrededor de la ballena tatuada que da nombre al volumen, es responsabilidad de Herman Melville, su ‘Moby Dick‘ y la torturada personalidad de Ahab, ese capitán obsesionado con dar caza a la ballena blanca que le arrancó una pierna y que en tantas ocasiones ha conocido adaptaciones a la viñeta —varias de las cuales podéis encontrar en estas líneas como las de Jouvray y Alary, Chabouté o nuestro José Ramón Sánchez—. Dejándose llevar por una mezcla entre espíritu «melvillesco» y ansias de cronista, Adanti se adentra en los recovecos de la primera vuelta al mundo por parte de Elcano y Magallanes para, adornándola con todo tipo de adendas en paralelo, conformar un conjunto que encuentra en su maravillosa variedad el púlpito desde el que cautivar al lector a través de un discurso que nunca cansa, que siempre atrae nuestra atención y que, en última instancia, incluso tiene una capacidad pedagógica nada desdeñable que ha provocado, a título personal, que nada más acabarlo, le haya arrimado el libro a uno de mis compañeros del departamento de Historia del colegio en el que imparto clases.

Y es que, aunque sus viñetas me parecen cautivadoras e hipnóticas, y no sabría si calificar sólo de sobresaliente o de pura GENIALIDAD lo que Adanti hace al volcar su mirada en las primitivas tribus de la Tierra del Fuego o en aquella pirata que aterrorizó el Mediterráneo y para la que compone una canción bellísima, tengo claro que es el segundo epíteto el que asignaría sin dilación a las páginas de texto que el autor invierte en explicarnos la historia —las historias, en realidad— que circunvalan y enriquecen hasta el paroxismo la gesta de los dos marineros, de sus maltrechas tripulaciones, del joven que perdió la vida y cuyo fantasma persiguió a las naos o, por supuesto, la inherente épica que subyace bajo el logro de haber circunvalado el globo terráqueo tan poco tiempo después de que Colón llegará a las costas de Guanahaní: esos párrafos, en los que cada frase destila sin ambages la pasión que el autor ha puesto en la confección de este prolongado proyecto, despiertan en el lector el prurito por no quedarse en lo que ellos queda recogido e ir más allá a la hora de acercarse a un instante de nuestra historia que, curiosidades, conocerá en breve adaptación a serie televisiva.

‘La ballena tatuada’ se alza pues, ya lo decíamos al comienzo, como un virtuoso ejercicio que, preñado de pasión, apasiona de principio a fin. Un libro que, como bien afirma Arturo Pérez Reverte «es novela, es cómic, es libro de Historia». Un «tres en uno» que recuerda a las grandes novelas de aventuras de los grandes escritores del género —y estoy pensando en los Salgari, London, Stevenson, Twain o Verne— pero que, en esta forma tan singular de servir de crisol a tan diverso triplete, trasciende incluso las fronteras holladas por tan inmortales nombres. Ahí es nada.