‘Algunos días de verano / Un oasis de felicidad’, directo al corazón

Planeta se ha propuesto agotar el catálogo de Chabouté sea como sea, y no voy a ser yo el que ponga objeciones a tal voluntad cuando es gracias a ella que nos hemos podido asomar a magníficos trabajos como ‘Purgatorio’, ‘Un poco de madera y acero’ o, hace tan sólo un par de meses, a ‘En soledad’ —a la que tanto mi compañero Jaime como yo reservábamos hermosas palabras—. Con algún que otro título todavía por descubrir de los que Vents D’ouest ha publicado al otro lado de los Pirineos —deseando estoy ver impreso en castellano ‘Sorcières’ (‘Brujos’)—, no hace ni treinta días le tocaba el turno a ‘Algunos días de verano / Un oasis de felicidad’, volumen que, como bien indica su cabecera, recoge dos historias diferentes con un claro denominador común: la juventud de sus protagonistas y el momento crítico en el que el artista francés se asoma a sus existencias.

En el caso del chaval de ‘Algunos días de verano’, en la apertura al mundo que le ofrecen una pareja de ancianos desconocidos con los que pasa unos días que se antojan serán determinantes; en el del adolescente de ‘Un oasis de felicididad’ cuando, huyendo de un hogar que se desmorona, encuentra solaz en la compañía de un vagabundo al que él terminará ayudando tanto como lo que recibirá. Combinando la ocasional contundencia con la que se nos traslada la frágil situación en la que se encuentran los protagonistas con la sutileza por la que discurren ambas historias, es la brevedad de la primera y lo extenso de la segunda la máxima diferencia que podría establecerse entre dos relatos llenos de sentimiento llamados a calar hondo en nuestros corazones.

En ayuda de que dicha pretensión se facilite sobremanera, viene el simple y muy efectivo trazo de Chabouté, que consigue desmontar prejuicios con pocas páginas —pocas o ninguna si sois de los que ya conocéis su estilo y sabéis de su honestidad narrativa y de la claridad con la que siempre lo expone todo— y trabaja en aras de lograr que, antes o después, la identificación personaje-lector sea plena. Consiguiéndolo en ambos casos, y haciendo que rejuvenezcamos entre dos y tres décadas —a los que ya arrastramos cuatro a nuestras espaldas, claro está— es, de nuevo, la franqueza con la que cumple su propósito la más elocuente y brillante baza de cuántas el artista pone en jaque en las páginas que conforman este precioso volumen. Un tomo que viene a complementar a la perfección aquellos que apuntábamos arriba y que vuelve a hablar de la singular maestría de un autor del que queremos más, mucho más.