COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

Recuerdos de un lector precoz: Stephen Cartwright, genio de la ilustración

Siempre dándole vueltas a la cabeza para hallar nuevas ideas con las que ampliar la oferta de esta vuestra página, comienzo hoy un espacio aperiódico llamado a servir de manera exclusiva a contaros historietas del «abuelo cebolleta» que escarben en mis recuerdos lectores para compartirlos con vosotros. Espero que sean de vuestro agrado.

Día de Navidad del pasado mes de diciembre. Acudimos, como siempre hacemos, a casa de mis padres para que nuestra pequeña recoja sus regalos de Papa Noel. Entre cestas sorpresa, una caja de Pin y Pon, otra con una guitarra y un micrófono de Shimmer y Shine y algún que otro juguete de esos que no figuraban en la lista a Santa Claus y que, por tanto, será muy pronto olvidado, aparece un libro, ‘First Thousand Words in English’, un clásico de esa imprescindible editorial que es la británica Usborne en una edición en tapa blanda y con pegatinas para hacer aún más ameno el aprendizaje del vasto vocabulario en él incluido. Para matar el tiempo mientras mi hija juega con sus primos, me pongo a hojearlo y, nada más abrirlo, un bofetón de nostalgia me lleva a mucho tiempo atrás…y es que esta es una entrada que, sin yo saberlo, comenzó a gestarse hace, más o menos, 30 años.

Viajemos pues en el tiempo a ese ya lejano pasado que fue el año 1987, cuando servidor estaba a punto de cumplir la docena, la vida era mucho más fácil y todo mi tiempo libre se invertía en ver cine y leer, leer todo lo que cayera en mis manos. Sin que los cómics formaran por aquél entonces parte de mis hábitos lectores, sí que había en las estanterías de mi dormitorio lugar para mucho ‘Astérix’, algo de ‘Tintín’, un poco de ‘Mortadelo y Filemón’ y de tebeos de Bruguera, y casi nada más. Un casi nada en el que se contaban tres libritos de formato cuadrado de 20,5 x 20,5cm, tapa blanda y llamativa portada en color amarillo que, publicados por Clíper Plaza & Janes y traducidos de los originales que en Reino Unido habían visto la luz bajo el sello de Usborne, estaban dedicados a adaptar tres personajes fundamentales de la mitología griega: Hércules, Jasón y Ulises.

Estos son los tres libros a los que me refiero

Leídos, releídos y vueltos a leer, si había algo de aquellos tres maravillosos libros que llamaba mi atención, no era la forma en la que Vivian Webb, Heather Amery y Claudia Zeff adaptaban a un lenguaje asequible y adecuado para niños las complejidades de las historias de tan conocidos mitos, sino los asombrosos dibujos que, a modo de viñetas carentes de diálogos —y de enmarcado tradicional—, servían a un tal Stephen Cartwright para dejar embelesado a mi yo del pasado.

Por aquél entonces, quisieron los avatares que unos vecinos con los que hacíamos muy buenas migas se mudaran de regreso a su Alicante natal, y en un gesto que hoy pienso que fue un momento de demencia transitoria, le regalé a su hijo, que tenía como tres o cuatro años menos que yo, los tres libros. Lo que habré llegado a arrepentirme desde entonces de aquella decisión…

En fin, los años pasaron, y el recuerdo de aquellos libros quedó grabado en la memoria más allá de quiénes eran sus autores o qué editorial los había publicado, y no hace mucho —no sé, como un par de años o tres— volvió a mi. Pero ahora podía ponerle solución a la tortura de haberme deshecho de ellos, ahora tenía internet y estaba claro que a poco que escarbara en la red de redes iba a reencontrarme con mis queridas memorias de infancia. Cuán equivocado estaba. Repito, la imagen de cómo eran los libros era tan vívida como la de muchas de las ilustraciones que los componían, pero al no tener ni idea de quién lo publicó décadas atrás o cuáles eran los nombres que lo firmaban, las puntuales búsquedas en Google, en eBay, en Todo Colección e incluso en Amazon se daban siempre de bruces con el mismo callejón sin salida. Uno del que no habría salido de no ser por la intercesión de cierto regalo navideño…

Venga, alguno de vosotros tuvo que tener estos libros, ¿a que sí?

Fue comprobar con estupor que los dibujos de ‘First Thousand Words…’ pertenecían al mismo dibujante que aquél que ilustraba las aventuras de Hércules, Jasón y Ulises; que agarré mi móvil, abrí Safari, introduje el nombre de Stephen Cartwright y empecé a dejarme llevar por una miriada de imágenes que, de repente, comenzaron a abrir desaforadas las puertas de la memoria: ¡los tres libros amarillos no eran los únicos que había tenido de pequeño! Había otros seis, escritos por Christopher Rawson y cuyas portadas podéis encontrar en la imagen superior, que también habían sido publicados por Plaza & Janés y que, en algún momento de mi infancia, habían estado dando vueltas por mi dormitorio, llenando horas y horas de relecturas, esa bella costumbre que, con los años y el material por leer que se acumula en mis estanterías, he acabado casi abandonando.

Huelga deciros cuál fue el siguiente paso, ¿no? ¡Exacto! Con tan reveladora y precisa información en mi mano, comenzaron las búsquedas denodadas de todo aquello que, con la firma de Cartwright, pudiera encontrarse por la red —y por la red puede encontrarse TODO— para ser adquirido sin dilación y llenar así ese hueco tan importante de mi nostalgia. Y no podéis imaginaros lo que he llegado a encontrar. Vamos, que no os lo cuento, que a continuación tenéis una foto de todo lo que he llegado a adquirir en los últimos meses para mi gozo y, por supuesto, el de una peque que ya ha empezado a leer conmigo algunos de los libros que podéis ver más abajo y a dejarse deslumbrar por el trabajo de un ilustrador de estilo tan afable como fácilmente identificable.

Sí, se me fue un poco la mano con la nostalgia

De la biografía de Cartwright poco os puedo comentar salvo los escuetos datos que uno encuentra en la wikipedia o en el sentido obituario que le dedicó The Guardian con motivo de su fallecimiento hace catorce años: nacido en Bolton, una localidad del condado de Lancashire, Cartwright estudió en varias escuelas de arte antes de terminar en el Royal College of Art londinense, y durante su trayectoria profesional siempre estuvo asociado a Usborne, una editorial bajo la que trabajaría hasta su fallecimiento y en la que vería publicado más de 150 libros. Su primer y más recordado éxito, ‘First Thousand Words…’ atesoraba tantísimo potencial didáctico en cualquier lengua, que Usborne terminaría publicándolo en 55 idiomas diferentes, y el pequeño pato que podíamos encontrar en todas las páginas del libro se terminaría convirtiendo en una de las señas de identidad más conocidas del artista, apareciendo en todos y cada uno de sus proyectos infantiles posteriores como pequeño juego de «busca y encuentra» para los lectores.

Lo entrañable de tan pequeño personaje se extiende a toda la producción del dibujante, y cuando uno ha de calificar cualquiera de sus ilustraciones es muy probable que le falten las palabras y los calificativos y simplemente se quede sonriendo, como si de repente se viera transportado a una época de mayor inocencia, una en la que podía convertirse en personaje de esas ‘Primeras experiencias’ que tan bien le hablan a un peque de qué puede esperar cuando va por primera vez al médico o a volar en avión, en uno de los miembros de la familia Boot, protagonista de los famosos ‘Cuentos de la granja’ a los que con tanto esmero dio vida junto a Heather Emery o, cómo no, en los héroes míticos que una vez formaron parte imprescindible de mi infancia y que ahora, treinta años después y sin esperarlo, he podido recuperar.

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