‘Ambulancia 13. Muertos sin nombre’, la guerra desde el fango

Elemento habitual en las innumerables estampas que nos legó la Primera Guerra Mundial, el barro de las trincheras, ese en el que tantos jóvenes europeos perecieron a las balas, las bombas y las bayonetas del ejército contrario, es uno de los protagonistas silentes de esta segunda entrega de ‘Ambulancia 13’ que Yermo Ediciones nos trajo el pasado mes de diciembre para venir a colmar las ansias con las que cerrábamos, sólo un mes antes, la reseña que le dedicamos al primer volumen de la serie guionizada por Patrick Cothias y Patrice Ordas y dibujada con sobriedad por Alain Mounier. De hecho, si hubiera que calificar a este ‘Muertos sin nombre’ con algún epíteto que le fuera como anillo al dedo, ese sería precisamente el de sobrio.

Una sobriedad muy bien entendida que permite a Cothias y Ordas no implicarse emocionalmente en lo trágico del relato (lo que aquí acaece trasciende con mucho lo meramente dramático) y que hace descansar de forma plena en el lector la decisión del nivel de empatía que llegar a volcar sobre el teniente Bouteloup y el pequeño cosmos de personajes que viven y mueren junto a él durante la contienda que asoló Europa central durante la segunda década del s.XX. Una contienda que, como ya ocurriera en el primer volumen, es escenificada aquí como el telón de fondo sobre el que las peores miserias humanas, esas que nos hacen ignorar el bien ajeno y sacan lo peor de nosotros, vuelven a contrastar con el sacrificio máximo y el mayor altruismo de que es capaz nuestra especie, aquél que representa el médico protagonista y que, en última instancia, tanto interesa a los guionistas.

Volviendo al trazo y composiciones de Mounier, y considerando que la cualidad de los mismos no ha variado ni un ápice con respecto al primer volumen de la serie, quizás sea esa sobriedad (que en ocasiones raya en el hieratismo) la que pese más en sentido negativo a la hora de valorar la globalidad de la lectura: apropiado en un ochenta por ciento de la narración, el lento discurrir del ritmo del dibujante hace que aquí y allá el devenir de la acción quede lastrado y cueste tirar de él desde éste lado de la página, restando enteros a una segunda parada en tan apasionante viaje que en su próxima estación nos llevará al otro lado del océano a tierras de los nativos norteamericanos. Pero para eso, desafortunadamente, tendremos todavía que esperar bastantes meses.