COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘Dunkerque’, en un puño

No es el cine de Christopher Nolan uno que apetezca analizar nada más salir de la sala de cine y llegar a casa. Es uno que necesita su tiempo de maduración, su periodo de reflexión y que, pasado dicho espacio temporal, revela al que sobre él haya pensado muchos más valores de la ya de por sí asombrosa cantidad que dimana durante la proyección. Me pasó hace tres años con ‘Interstellar’ (id, 2014) y me ha vuelto a ocurrir con ‘Dunkerque’ (‘Dunkirk’, 2017) la última genialidad del cineasta británico y, sin duda, el filme que más pegado me ha mantenido a la butaca del cine y más me ha hecho hiperventilar en lo que llevamos de año. Porque, vaya por delante, esta aproximación de Nolan a una de las batallas más famosas de la Segunda Guerra Mundial juega con los centros de nuestras emociones como un experto alfarero con un trozo de arcilla, moldeándolas a placer y sometiéndonos a una montaña rusa de intensidad casi siempre creciente.

Ahora bien, creo de recibo advertir que, en esta semana y media que ha transcurrido desde su estreno el pasado día 21, he tenido la oportunidad de apercibirme de una realidad muy palpable en torno a ‘Dunkerque’ que ya parece empezar a ser tónica común cuando se habla del cine de Nolan: o la amas, o la odias, no hay términos medios. No escucharéis sobre ella un «bueno, está bien» o un «meh, lo cierto es que es regular»; de nuevo, o crees que esta historia narrada en tres tiempos diferentes es una puñetera obra maestra del séptimo arte, o la defenestras como una pérdida de dinero y una dura prueba planteada para agotar tu paciencia y la de cualquier espectador con dos dedos de frente.

Huelga decir que mi posición crítica se encuentra muchísimo más cercana a la de considerar a la cinta como una experiencia única, intensa, singular y que roza la maestría, que la de pisotearla de forma inmisericorde arremetiendo contra su esquelética historia —no sé yo qué tendrá de esquelética cuando, con licencias, narra los hechos de forma similar a cómo ocurrieron—, contra lo monolítico de sus personajes, lo incomprensible de su narrativa —muchos son los que se pierden con los tres caminos que plantea el filme— o, por supuesto, lo enervante y ramplón de su banda sonora, un score con que el Zimmer demuestra tener un conocimiento espectacular de cómo modificar las imágenes para añadirles algo que no tienen.

Quizás hablar de banda sonora en ‘Dunkerque’ sea excesivo cuando, escuchada de forma aislada, la partitura del músico teutón es una prueba de complicada asunción. Dicho en otras palabras, resulta casi imposible soportar el score de Zimmer de forma completa aislándolo de la experiencia que supone verlo maridado con las imágenes para las que ha sido diseñado. Diseñado, sí, un término que se ajusta muchísimo mejor que compuesto. Porque lo que hace el alemán es diseño sonoro, utilizando sus enorme bibliotecas digitales y el sonido de las manecillas del reloj de Nolan como elementos con los que imprimir en el respetable la sensación de urgencia, de tensión extrema y de estar a las puertas de la muerte que el cineasta maneja a lo largo de los muy ajustados cien minutos de metraje. Y a fe mía que lo consigue.

No hay en ‘Dunkerque’ —o al menos no parece que lo haya— ni un sólo segundo en los que el sonido no tenga un protagonismo fundamental, ya sea éste el que se deriva del trabajo de Zimmer, ya aquellos derivados de los aviones descendiendo en picado sobre las playas de la ciudad francesa, de los disparos que se cruzan los Spitfire británicos con los Messerschmitt —¿o son Fokers?— nazis o los que Nolan recoge a bordo de las diferentes embarcaciones que sirven de escenario de fondo al rescate con el que el gobierno de su graciosa majestad logró evacuar a más de trescientos mil hombres en una operación logística que parecía a todas luces imposible.

Estructurada, como ya he dicho, en ‘Una semana’ —todo lo que transcurre en la playa—, ‘Un día’ —lo que sucede en el Canal de la Mancha— y ‘Una hora’ —aquello que acontece en el aire—, la genialidad de Nolan a la hora de plantear el entretejido de esta terna de tiempos hace de la edición de ‘Dunkerque’ otro hito en la trayectoria del realizador que, sin llegar a los extremos de ‘Memento’ (id, 2000), juega sin lugar a dudas en una liga muy diferente a la común de las producciones, algo a lo que, por otra parte, ya nos tiene acostumbrados un artista cuyas dos producciones anteriores gozaban asimismo de un montaje digno de alabanza.

Si haberla podido experimentar en toda su gloria —dicen los que sí lo han hecho y han podido comparar, que verla en una proyección que explote sus 70mm es otro mundo…no me puedo imaginar cómo será hacerlo en IMAX—, creo que hay tanto en ‘Dunkerque’ por descubrir que poco importa cómo se haga, siempre y cuando se haga. Echando un vistazo a lo que queda por estrenar este 2017, y atendiendo a lo que ya hemos podido ver hasta ahora, no creo que sea muy alocado afirmar que en lo último de Nolan hemos alcanzado el cenit de lo que se habrá producido en el séptimo arte durante estos 12 meses. Quizás me equivoque, y todavía quede alguna sorpresa por descubrir que me haga cambiar de opinión pero, qué queréis que os diga, lo veo poco probable. Sólo los cinco meses que quedan de año tienen la respuesta.

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