COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘Ponyo en el acantilado’, simplemente la magia de Miyazaki

Ponyo en el acantilado

Que Hayao Miyazaki es un genio está fuera de toda discusión. Lo siento por sus detractores (si los hay) pero adoro cada una de las piezas de animación y manga que han salido de la mente del maestro Miyazaki, y como yo opinan una amplia mayoría del sector otaku y de amantes del cine en general.

Porque hay que dejar muy claro que las películas anime de Hayao Miyazaki, y por extensión la mayoría de las de Studio Ghibli, traspasan esa dura barrera que separa el cine de animación del convencional. Es una situación muy similar a la que viven las películas de Pixar (quienes reconocen sentirse inspirados por Miyazaki), películas de absoluta calidad que consiguen alejar el cine de animación de la repetitiva etiqueta “es para niños”.

‘Ponyo en el acantilado’, la decimotercera cinta dirigida por Miyazaki y decimoctava realizada por Studio Ghibli, consigue también romper esa barrera pero con una salvedad fascinante. Mientras que películas como ‘La princesa Mononoke’ o ‘Porco Rosso’ directamente calan más profundamente entre el público adulto, ‘Ponyo en el acantilado’ atrapa al espectador a los pocos momentos de su inicio y se lo lleva al terreno de los niños para que disfrute de la misma manera que lo hacen estos. Es la magia de Miyazaki.

Desde el primer momento que se ve a Ponyo en pantalla, automáticamente se convierte en una pieza entrañable de la película que sólo puede recibir una absoluta simpatía, recíproca a la que desprende esta adorable niña pez.

¿Niña pez? ¿Cómo? Bueno, será mejor que introduzca brevemente el argumento de la película. Ponyo es un pequeño ser (llamémosla así) mitad niña, mitad pez. Presa de su curiosidad por conocer el mundo que existe sobre la superficie del océano, Ponyo escapa de su hogar marino para salir a conocer mundo. La fortuna hace que se encuentre con Sosuke, un niño de un pequeño pueblo costero que le acoge sin reserva alguna. Entre Ponyo y Sosuke crece rápidamente una profunda amistad que será puesta a prueba duramente por parte del padre de la primera, quien desea evitar una catástrofe que llevaría al mundo a su fin.

Ponyo en el acantilado

No se puede extender más este resumen. Ciertamente es una trama sencilla, un cuento para niños realmente entrañable que de nuevo, como suele ser habitual en la obra de Miyazaki, bebe de las leyendas japonesas, esas mismas que nos son tan desconocidas y que pueden hacer que perdamos el hilo y desconectemos de la película. Aún a pesar de esto, Miyazaki consigue rápidamente que nos aislemos de lo que nos rodea para reengancharnos en la acción y permitirnos seguir disfrutando del maravilloso colorido tanto visual como emocional de ‘Ponyo en el acantilado’

Si hubiera que achacarle algo relativamente negativo a la película, aparte de las mencionadas “desconexiones”, sería la falta de épica. El inicio de la historia cuenta con el ritmo adecuado, seguido de un nudo absolutamente genial (con una secuencia que acelera el corazón) para acabar en un desenlace más sosegado y con el que se podría haber jugado al más, dejando un pequeño regusto amargo al mostrarse los alegres títulos de crédito.

A pesar de esto, la sensación general es que todos los elementos que conforman ‘Ponyo en el acantilado’ están en su lugar y encajan casi a la perfección con el resto para llevar adelante un conjunto que para todos los aficionados a la obra de Miyazaki nos resultará satisfactoriamente familiar. Personajes que calan en el público a tenor de su protagonismo, curiosos diseños tanto de estos como de los sosegados paisajes (tanto marinos como terrenales), una fantástica animación artesanal que rechaza el trabajo de modelos 3D y una música simplemente soberbia, como sólo el maestro Joe Hisaishi, habitual en la carrera de Miyazaki, puede firmar.

Ponyo en el acantilado‘Ponyo en el acantilado’ es, como el resto de la obra de Hayao Miyazaki, simplemente imprescindible, una marea de arte y buen cine que consigue devolver a uno a la época en la que disfrutaba del cine de animación, sea anime o no. No me gusta apostar, pero daría lo que fuera a que más de un rudo adulto saldrá de la sala de cine encantado con la película y tarareando la canción que reza ‘Ponyo, Ponyo, es una niña pez…’.

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