‘Bluesman. La maldición de Barry Brown’, crímenes musicales

Si el otro día citábamos a Bastièn Vives como la influencia más evidente que cabía encontrar en las páginas de la espléndida ‘Piel de mil bestias’, hoy, al referirnos al trabajo que Raúl Ariño concreta en esta ‘Bluesman. La maldición de Barry Brown‘, no podemos ignorar qué figura de la nouvelle BD sobrevuela inquieta sobre las páginas del artista español: la de Christophe Blaine. De hecho, no hay nada más que fijarse en la portada del volumen publicado por Nuevo Nueve para apercibirse de lo determinante del estilo del autor de ‘Gus’ en la forma en la que Ariño exagera proporciones físicas y aumenta narices.

Toda vez nos adentramos, son también muy palpables que el ritmo y el dinamismo que suele caracterizar al francés son interpretados a las mil maravillas por el español; eso sí, sin caer nunca en la burda copia o la mera imitación: una cosa es que las planchas de ‘Bluesman’ recuerden a Blaine y otra muy diferente que Ariño se limite a intentar mimetizarse con el influyente dibujante. Antes bien, conforme uno va avanzando en la lectura, va apercibiéndose de que son muchas más cualidades las que separan a uno de otro que las que realmente los unen y, para cuando aquella toca a su fin, es inevitable aplaudir ante el alarde narrativo y, sobre todo, cromático, que derrocha esta particular historia.

Una historia que deja entrever cierta filia personal del artista para con el género musical que es silente protagonista y que, en la mejor tradición del género negro, cuenta con personajes llenos de claroscuros viviendo situaciones llenas de claroscuros. Moteado el conjunto por un misterio del pasado y con su baza más fuerte recayendo en la atrayante personalidad de su protagonista, ‘Bluesman. La maldición de Barry Brown’ huele a añejo pero sabe a contemporáneo, una fusión que alguno podría pensar improbable pero que Ariño, con tesón y mucho mimo, consigue llevar a espléndido término.