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‘Misión: Imposible-Fallout’, subidón de adrenalina

Por más que uno quiera evitarlo, por mucha voluntad que se quiera poner para anteponer el raciocinio a la pasión cinéfila, cuando uno comienza a leer —o ver en Youtube— críticas y más críticas que cantan las mil alabanzas de un próximo estreno, resulta cuanto menos complicado impedir que la expectación personal ante dicho filme comience a subir como la espuma. Si encima dicho estreno ya era esperado con cierta ilusión, como es el caso de la película que hoy nos ocupa, sexta entrega de una franquicia que no ha hecho sino ir a más con el paso de las más de dos décadas que han transcurrido desde su primera entrega, creo obvio el que podamos afirmar que era muchísimo lo que esperaba encontrar en ‘Misión: Imposible – Falloout’ (‘Mission: Impossible – Fallout’, Christopher McQuarrie, 2018) cuando me senté en la sala de cine el pasado viernes. Esperaba mucho, sí —muchísimo, incluso— pero todas mis expectativas fueron obliteradas…

Revisadas convenientemente a lo largo de la semana pasada, la cuatro cintas anteriores —me negué en rotundo a volver a pasearme por los sinsabores de la segunda— han ido consolidando a lo largo de estos veintidós años un microcosmos que, a partir de la intervención de J.J.Abrams en la tercera parte, ha ido adquiriendo tonalidades cada vez más soberbias, y aunque tanto ésta como la entrega que firmó Brad Bird me parecen asombrosos espectáculos de acción «imposible», considero que la incorporación de Christopher McQuarrie en ‘Misión: Imposible – Nación secreta’ (‘Mission: Impossible – Rogue Nation’, 2015) elevó el nivel de manera considerable; y el ejemplar tratamiento de la acción que hacía el cineasta y guionista, la forma en la que destilaba seriedad el conjunto, el magnífico villano que era el Solomon Lane de Sean Harris, y la muy acertada contrapartida femenina de Ethan Hunt que encarnaba Rebecca Ferguson hacían de la ella el punto más álgido de la saga.

Punto que, como decía en el primer párrafo, ha sido superado de manera holgada y amplia por dos horas y media de metraje que, en ritmo e intensidad ascendentes, ofrecen una inyección de saber hacer cine de acción que, como ya se ha dicho por muchos lugares de la red, establece un nuevo estándar para el género, uno que deja atrás las enormes influencias que se derivaron de las inquietudes visuales del por otra parte magnífico trabajo de Paul Greengrass para la saga Bourne, y que hace de la claridad expositiva y la elegancia narrativa sus dos mayores y más asombrosas virtudes.

McQuarrie, que ya había demostrado en ‘Nación secreta’ atesorar un nervio impresionante a la hora de rodar las diversas set-pieces de acción que trufaban la proyección —desde el arranque con el stunt del avión, pasando por la secuencia de la ópera de Viena o, por supuesto, todo lo que sucedía en Marruecos—, enhebra aquí una historia que intenta separarse de los esquemas previos ya desde su comienzo, no arrancando la película con una de esas escenas espectaculares a las que nos tiene acostumbrados la franquicia, sino reservándose ésta para cuando el filme lleva ya como media hora de metraje.

Es entonces cuando asistimos llenos de asombro a un salto HALO que, como todo lo demás que seguiremos viendo durante el resto del filme, es ejecutado sin la ayuda de especialistas por un Tom Cruise espectacular que no parece conocer límites a sus 56 años: adicto a la adrenalina y al riesgo, el actor lo hace todo en ‘Fallout’, desde lanzarse al vacío en el citado salto, hasta pilotar el helicóptero que es parte fundamental del clímax del filme, pasando por conducir una motocicleta a toda velocidad por las calles de París o pelearse cuerpo a cuerpo en una secuencia que, justo después de habernos «vuelto locos» en los cielos de la ciudad francesa, deja muy claro cuáles son los muy físicos derroteros por los que va a discurrir la acción.

Una acción que, perfectamente equilibrada por el sesgo expositivo del metraje, conforma un todo medido a la perfección gracias a la sabiduría de un alquimista que sabe de qué manera mezclar los ingredientes que tiene a mano: sin que sobre ni un minuto de su dilatada duración, McQuarrie eleva el listón de lo que vemos normalmente en el género, no ya con esa componente visual que nos hipnotiza y emboba, sino con un guión que trata al espectador como un ente inteligente que es capaz de ir juntando piezas del rompecabezas que aquí se plantea. Acercándose mucho a lo que David Koepp y Steve Zaillian planteaban para ‘Misión: Imposible’ (‘Mission: Impossible’, Brian de Palma, 1996), el libreto de ‘Fallout’ no da nada mascado, y requiere de toda nuestra atención para no perdernos ni un sólo instante.

Y si el transcurso de la cinta es de una maestría indiscutible en todos los sentidos, lo que McQuarrie plantea de cara a su último acto se sitúa a tan altísimo nivel, que ahora mismo se nos antoja una «misión imposible» que lo que transcurre en Cachemira pueda llegar a ser superado por futuras incursiones en la franquicia: clímax a tres bandas, la precisión del montaje alternado entre cada una de ellas, tratando de no dar prioridad a ninguna sobre las demás por mucho que queramos más y más de esa persecución en helicóptero que es todo un prodigio cinematográfico, deja un techo tan alto, tan increíble y asombroso, y de tal nivel de tensión, que calificar a ‘Misión: Imposible – Fallout’, no ya como la mejor de la saga, sino como una de las películas más imprescindibles del año, es de todo punto obligado.

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