COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘La forma del agua’, bonito e inane cuento

Por aquello de que uno es «de provincias», que la película se estrenó en 1993 cuando no existían las actuales formas alternativas de acceder a un filme cualquiera y que su distribución tuvo que ser bastante limitada, mi primera toma de contacto con el cine de Guillermo del Toro no fue con ‘Cronos’ (id, 1993) sino, cuatro años más tarde, y ya viviendo en Sevilla, con ‘Mimic’ (id, 1997), aquella cinta con insectos que tenían aspecto humanoide y que, protagonizada por Mira Sorvino —¿qué habrá sido de esta actriz?— y F.Murray Abraham, ya servía como preciso indicativo de muchas de las filias argumentales y visuales que el cine del mexicano ha venido ofreciéndonos desde entonces.

Visto su debut en la gran pantalla muy poco después gracias a un compañero de carrera que la tenía en VHS, y dejando este las mismas sensaciones tibias que ‘Mimic’, sería ‘El espinazo del diablo’ (id, 2001) primer instante de maravilla y asombro hacia la forma de hacer cine y de narrarnos cuentos de Guillermo del Toro. Porque, salvo en dos ocasiones, lo que del Toro no ha parado de hacer desde el comienzo de su carrera es contar cuentos a sus espectadores. De acuerdo, ahí están ‘Blade II’ (id, 2002) y ‘Pacific Rim’ (id, 2013) como claras excepciones a la regla —y aún siéndolas, habría mucho que discutir acerca del corazón que palpita bajo el barniz de adrenalina y ciencia-ficción de ambas— pero, dejándolas a un lado, se hace muy evidente que es el tono fabulado el que, con mayor o menor presencia, rodea a las dos entregas de Hellboy, el que hace de ‘El laberinto del fauno’ (id, 2006) su mejor cinta hasta la fecha, y el que, aderezado de otras connotaciones más «Edgar Allan Poesianas», marcaba a ese irregular espectáculo que fue ‘La cumbre escarlata’ (‘Crimson Peak’, 2015).

Así las cosas, y con del Toro barajando como próximo proyecto una nueva adaptación más oscura y siniestra del ‘Pinocho’ de Carlo Collodi; era bien evidente, antes de que la cinta comenzara a ser aplaudida de manera desaforada allí por donde pasara, de que Venecia y los Globos de Oro se rindieran ante los pies del mexicano y de que la cinta amasara la nada desdeñable cantidad de 13 nominaciones a los Oscar que se entregaran a primeros del próximo mes de marzo, que esta nueva mirada sobre ‘La mujer y el monstruo’ (‘Creature from the Black Lagoon’, Jack Arnold, 1954) iba a entroncar en la misma tónica fabulada que el resto de su producción, algo que, unido a su carácter revisionista de uno de los clásicos indiscutibles de la ciencia-ficción de los años 50, parecía situar a ‘La forma del agua’ (‘The Shape of Water’, 2017) en una posición inmejorable para borrar los sinsabores que dejó su cuento gótico de color rojo sangre.

Desafortunadamente, a ‘La forma del agua’ le pasa lo que le pasa a mucho del cine de del Toro, que toda la belleza sin par que nos deja el departamento de diseño de producción se muestra incapaz en ocultar la sencillez de un relato tremendamente lineal y carente de giros notables. Sí, resulta agradable hasta decir basta pero, en su complacencia, olvida algo fundamental, sorprendernos hasta tal punto que, como sí lo hicieran sus obras más notables, nos levantemos de nuestra butaca con la clara impresión de haber asistido a un espectáculo inigualable, uno de esos cuyo recuerdo nos acompañará durante mucho tiempo después de haberse encendido las luces de la sala de cine.

Es bien evidente, si hemos de atender a cuestiones meramente técnicas, que ‘La forma del agua’ es una producción hecha con un mimo y un cariño extremos, y que todo se ha cuidado hasta el más mínimo detalle para llevar al espectador de forma inequívoca a esos años 50 en los que la rutinaria existencia de una mujer de la limpieza de un laboratorio militar secreto se verá completamente alterada por la fascinación que en ella despertará la extraña criatura que ha sido capturada por el gobierno en el Amazonas: todo, desde el apartamento en el que reside Elisa —magnífica Sally Hawkins—, o aquél en el que vive su vecino —espléndido Richard Jenkins— pasando por los cuidados exteriores, el diseño del laboratorio o el asombroso maquillaje aplicado a Doug Jones, nos lleva de la mano a siete décadas atrás en el tiempo a un momento histórico alrededor del que el guión de del Toro se mueve entre lo arquetípico y lo novedoso.

De hecho, es en la definición de Elisa o en la forma nada velada en la que se nos presenta la homosexualidad de Giles —Jenkins— donde ‘La forma del agua’ encuentra sus mejores y más sólidas bazas, unas que quedan no obstante desequilibradas por la inclusión del predecible personaje de Michael Shannon, por la más que tópica inclusión del entramado derivado de la Guerra Fría o, ya lo avanzaba antes, por el limitado interés que va despertando en el espectador lo lineal de un conjunto que pocas veces se plantea manejar tensiones con las que suscitar nuestra continuada e inexcusable atención.

‘La forma del agua’, ya lo avanza el titular de la entrada de manera inequívoca, es pues un dechado de hermosura visual que, engalanado con un par de interpretaciones magníficas —insisto, lo de Hawkins como protagonista muda es digno de Oscar—, no deja de ser un pequeño cuento sin más. Uno que al que se le ve demasiado el plumero en la inclusión de ese discurso de fondo sobre la diversidad y la tolerancia y que, paradójicamente, es en esos términos donde peor funciona.

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