COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘Frozen II’, muchas canciones, muy poco guión

Fueron tan limitadas las sensaciones que el viernes pasado me dejó la proyección de ‘Frozen II’ (id, Chris Buck y Jennifer Lee, 2019) que hasta ayer mismo no tenía muy claro si iba a sentarme delante del teclado a redactar mis impresiones sobre una de esas secuelas a las que no me temblaría el pulso de calificar como completamente innecesarias. A fin de cuentas, cuando se estrenó hace seis años, ‘Frozen. El reino de hielo’ (id, Chris Buck y Jennifer Lee, 2013) supuso tamaña sorpresa y un cambio tan agradable y necesario en la tónica habitual de las películas de princesas Disney que tratar de volver a capturar la magia de entonces en un producto de pura y descarada mercadotecnia era poco menos que improbable. Desafortunadamente, como podréis imaginar, así ha sido, y ‘Frozen II’ se salda, por muchos motivos que ahora pasaré a comentar, como el ejemplo perfecto de la «secuelitis» que actualmente campa a sus anchas por los estudios de Hollywood y la mentalidad de sus ejecutivos.

Una «secuelitis» que se justifica desde dos vías bien distintas y que atiende, en parte, al incomprensible miedo de las grandes productoras a apostar por ideas e historias innovadoras —¿en serio creen que no hay público que está deseando encontrarse con propuestas novedosas en lugar de las infinitas iteraciones sobre los mismos modelos—, pero también al ingreso seguro que, y me ceñiré al caso de ‘Frozen’, va a suponer para las ya muy bien nutridas arcas de Disney no sólo la explotación de la segunda parte de una de sus películas de animación más taquilleras de todos los tiempos, sino de todo el merchandising asociado a la misma que va a venderse como churros de cara a las próximas fiestas —vergonzoso a la par que comprensible era la aparición en el cine al que acudí a verla de un anuncio de juguetes relacionado con el filme en los minutos previos al comienzo del mismo—. Auspiciado pues bajo el manto de tan distantes frentes, no todo es olvidable, no obstante, en la hora y media sobre la que se prolonga la idea estirada que es el guión de ‘Frozen II’.

Ahora bien, que lo que hay que destacar resulta una minucia con respecto a lo que termina arruinando la función es un apunte necesario antes de comentar que en términos visuales la cinta le da sopas con honda a su predecesora, llegando a unos niveles de perfección en las texturas y escenarios que asombran —en serio, el realismo que exudan los tejidos es asombroso hasta decir basta—; que alguna que otra canción es bastante pegadiza —lamentablemente, por acudir a verla con mi pequeña, no puedo valorar el trabajo vocal del reparto original—; que el score de Christophe Beck es encomiable y digno sucesor del espléndido trabajo que el compositor hizo para la primera parte y…y…para de contar.

¿En serio? En serio. No se me ocurren más apreciaciones positivas que comentar acerca de un filme cuyo guión parece haber sido aprobado sobre la marcha sin que nadie se fijara, uno, en lo insufriblemente previsible que es —en el prólogo, ¡el prólogo!, ya se adivina por dónde van a ir los derroteros de la historia e, incluso, cuál va a ser la gran revelación de la misma…¡¡¡EN EL PRÓLOGO!!! ¡¡¡EN LOS 5 PRIMEROS MINUTOS!!!…me calmo, tranquilos, me calmo— y, dos, en lo mal que trata a la totalidad de los personajes, nuevos y preexistentes, incurriendo incluso en dejarse por el camino a eso del final del primer acto a un Kristoff que ya poco pintaba, recuperándolo, eso sí, en una providencial reaparición, para cuando las cosas parecen que se van a torcer a peor. Y si de lo que tuviéramos que hablar fuera de Olaf…no, no me hagáis hablar de Olaf

Y no sólo es que traten mal a los personajes, o que metan con calzador a alguno que otro —lo de la inclusión de los trolls ya me pareció forzadísimo en la primera, aquí mejor ni lo califico—, es que, si a Elsa o a Anna nos tenemos que referir, por más que la relación entre las hermanas sea de lo poco salvable del libreto, lo que encontramos es, directamente, decisiones por parte de una y otra que no sólo no se entienden, sino que resultan hasta reprobables en el caso de la segunda por lo que comportan…o podrían haber comportado si el libreto hubiera sido medianamente coherente y no se hubiera sacado de la manga una suerte de Deus Ex Machina que, llegado ese punto de la proyección, me pareció la gota que colmaba el vaso.

He dicho que algunas canciones son pegadizas, y lo son, pero ni la mejor de ellas le llega a la altura del betún a la trilladísima ‘Let it go’ —trilladísima pero aún así espléndida, cabría apuntar—. Y ya, si eso, no hablamos del videoclip protagonizado por Kristoff que, con homenaje incluido a ¿’Bohemian Rhapsody’? —la canción, no la película—, está puesto ahí con el mero propósito de alargar el metraje y que aquellos que tenemos memoria, revivamos con escalofríos aquellos instantes del pasado de la compañía del ratón en los que la historia estaba al servicio de las tonadillas y no al revés —y me estoy acordando, sobre todo, de ‘Pocahontas’ (id, Mike Gabriel y Eric Goldberg, 1995)— y que, como el filme que nos ocupa, están muy lejos de formar parte del grupo de producciones que uno siempre atesorará en la memoria.

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