COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘Blackwood’, encargo de autor

Soy muy consciente de lo no-lineal del proceso de producción de una cinta, de cómo un filme no se rueda de forma cronólogica según el orden de escenas que vemos finalmente en la gran pantalla y de cómo, a la hora de montarlo, tampoco suele seguirse de manera estricta el guión. Pero, por un momento, hagamos un ejercicio de abstracción y aproximémonos a ‘Blackwood’ (‘Down a Dark Hall’, Rodrigo Cortés, 2018) como si así fuera, como si el cineasta español hubiera acometido filmación y edición de su tercera película en orden y hubiéramos de juzgar los resultados atendiendo a dicha idea.

De hacerlo así, detectaríamos una suerte de crescendo progresivo, como si a Cortés le interesara muy poco lo que el guión plantea en sus compases iniciales y no se hubiera sentido muy cómodo en los primeros días de rodaje, desnaturalizando la presentación del personaje interpretado por Anna Sophia Robb y la llegada de esta al internado de Blackwood que da título al filme en español; y, trascendido el primer acto, el libreto de Michael Goldbach y Chris Sparling resonara de forma mucho más ajustada y en progresión ascendente con sus intereses hasta llegar al momento de mayor paroxismo, ese clímax rotundo en el que el director de ‘Enterrado’ (‘Buried’, 2010) maneja con soberbia precisión resortes que harán que el público se sobrecoja en su butaca.

Traducción obvia de lo expuesto en el párrafo anterior, es que es ‘Blackwood’ una cinta que va de menos a más y que durante una buena porción de su metraje —me atrevería a decir que algo más de un tercio del mismo— no consigue atrapar al respetable por la parquedad con la que el guión desarrolla a sus personajes, ya estemos hablando de alguna de las cinco adolescentes que comparten curso en el siniestro internado, ya de cualquiera de sus profesores con Uma Thurman a la cabeza: diálogos torpemente escritos, un misterio que se intuye pero no termina de eclosionar y alguna que otra interpretación poco afortunada —si hay un actor que no termina de encajar, ese es Noah Silver, el profesor de música— son clave para esa poco afortunada conexión entre proyección y público.

Una conexión que, no obstante, no impide apreciar la extraordinaria labor de Cortés tras el objetivo, confirmando una vez más el director gallego, como ya lo hiciera en sus dos anteriores producciones, que es uno de los mejores cineastas con los que actualmente cuenta el panorama español. A la espera de que encuentre un guión propio o ajeno que se imbrique sin complicaciones con su manejo del tempo narrativo, de las angulaciones y encuadres y rime al fin, en perfecta consonancia, con sus muchas y muy variadas habilidades como realizador, hemos de conformarnos con el ajuste que, de dichas cualidades, encontramos en ‘Blackwood’; un ajuste que nos deja momentos de una proeza visual maravillosa; que, salvo un par de golpes de efecto, imprime el terror en la sala huyendo de los efectismos recurrentes del género y que se las apaña para dejar su huella indeleble en un trabajo de encargo que se siente como cine de autor.

Para conseguirlo, Cortés se apoya, como ya ha hecho en sus anteriores incursiones en la gran pantalla, en su asombroso instinto para el montaje —hay dos o tres secuencias prodigiosas en este sentido— y en el trabajo de Víctor Reyes en los pentagramas; un Víctor Reyes que, a falta de poder escucharlo de manera aislada, cuaja aquí el que creo es su mejor trabajo hasta la fecha, componiendo un score que se ajusta como un guante a las necesidades de cada instante, reservando para ese do de pecho final que antes comentaba todo un alarde que hace que la cinta crezca considerables enteros ante la atónita mirada del espectador.

Unido a todo ello, cabe valorar en última instancia el esfuerzo consciente que realiza la pareja de guionistas para que la historia —adaptada de la novela de Lois Duncan— también juegue en similares términos de huida de los convencionalismos que vemos en la dirección, aquí en lo que a ponérselo fácil al espectador se refiere: quizás no sea imposible, pero sí muy complicado el poder anticiparse a lo que ‘Blackwood’ va cociendo a fuego lento, y al hacerlo así, se gana todos mis respetos por cuanto, y ya lo he dicho en múltiples ocasiones, que una historia sea legible a distancia es algo que, personalmente, asesina en buena parte lo que este redactor extrae y valora de positivo en ella.

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