No quería hacerlo, pero a la luz de las sensaciones con las que abandoné el pasado viernes la sala después de dos interminables horas de proyección, no me queda más remedio que mirar atrás, llevarme las manos a la cabeza, moverla de un lado a otro en señal de negación y afirmar, entre dientes y con la «boca chica» que ‘Prometheus’ (id, Ridley Scott, 2012) era mejor película que este embrollo sin personalidad, carisma e interés que es ‘Alien Covenant’ (id, Ridley Scott, 2017): considerando que cuando acudimos a verla hace cinco años, el grupo de siete amigos que sufrimos la primera precuela de ‘Alien, el octavo pasajero’ (‘Alien’, Ridley Scott, 1979) —ahora más que nunca, una puñetera obra maestra del cine de ciencia-ficción— salimos bufando y soltando improperios de la sala de cine; y que, desde entonces, a cada ocasión en la que ha salido a colación en una conversación cinéfila, no he tenido inconveniente en ponerla a parir, que me vea ahora «obligado» a afirmar que Ridley Scott, el otrora GRAN Ridley Scott, haya conseguido superar la jugada y firmar una cinta aún peor es, a todas luces, tan asombroso como indignante.
De hecho, mirándola en retrospectiva, y aún a sabiendas de sus innumerables fallas, de lo absurdo de su transcurrir y de la innecesariedad última a la que abrazaba desaforada, caben rescatar de ‘Prometheus’ dos hechos que ‘Alien Covenant’ oblitera a los pocos minutos de proyección. Primero y fundamental, la extrema elegancia de formas con la que el responsable de ‘Blade Runner’ (id, 1982) orquestaba toda la función, dejándonos secuencias e instantáneas que, en lo visual, trabajaban con suma intensidad para desencajarnos la mandíbula. Segundo, que aunque el espíritu «diez negritos» sobrevolara toda el desarrollo de la narración, ésta se dejara contaminar por cierto halo de originalidad que en la cinta estrenada el viernes pasado brilla por su total y absoluta ausencia.
Tanto es así, que lo que más me molesta de ‘Alien Covenant’ —y hay muchísimas cosas que lo hacen— es lo descarado que resulta el que no intente ocultarse que lo que vamos a ver durante 122 minutos no es más que una sutil iteración sobre el esquema de la cinta que lo empezó todo. Es más, no sólo es que esta nueva incursión en la cosmología de los xenomorfos beba de la cinta matriz, es que el libreto de John Logan y Dante Harper es tan TORPE y BURDO que, trascendidos los dos primeros actos —que, de nuevo, en esencia no son más que ‘Alien’ remozada— cuando se llega al tercero…¡¡¡vuelve a retomarse el mismo esquema!!! ¡¡¡¡OTRA VEZ!!!!
No sé si es que los guionistas, el director y la 20th Century Fox consideran que el público es estúpido y que con una buena pátina de diseño de producción y efectos especiales queda todo bien tapado como para que obviemos la historia. O si, por el contrario, son ellos los que en un alarde de oligofrenia máxima —con mis mayores respetos para los que padezcan tal dolencia— no son conscientes del desaguisado que están enhebrando y «tiran pa’lante» como si no hubiera un mañana, ignorando por el camino estructuras tan básicas en la configuración de una propuesta cinematográfica sólida como son el desarrollo de personajes —INEXISTENTE—, la coherencia y claridad expositiva o una intencionalidad que, en el caso de esta secuela/precuela, sirva para algo más que para plantear preguntas de esas que «ya se resolverán» en alguna de esas cuatro cintas que Scott afirma que quiere dirigir.
¿Dirigir? Bueno, es una forma de hablar, porque en lo que a realización se refiere resulta desconcertante, no que el cineasta que se pone aquí tras la cámara fuera el mismo que rodó hace casi cuarenta años la película original, sino que sea el mismo que hace dos años nos regalaba esa magnífica y emocionante cinta que fue ‘Marte’ (‘The Martian’, 2015): de la pulcritud y variedad de formasd de la que hacían gala las casi dos horas y media de metraje en los que se adaptaba la novela de Andy Weir no queda aquí ni el más pequeño rastro y, salvo instantes muy puntuales —que ahora mismo no sería capaz de poner en pie— nada hay en el transcurso de ‘Alien Covenant’ que sirva para salvar el buen nombre de Ridley Scott.
Tampoco salen muy bien parados, si a ellos queréis que haga breve referencia, unos actores que se pasean sin más por delante de la cámara y con los que, debido a esa fatal ausencia de desarrollo de sus personajes, es de todo punto imposible conectar. Atrás quedan pues en la franquicia los tiempos en que una heroína de la talla de Sigourney Weaver era capaz de tender la mano al respetable para metérselo en el bolsillo y que sufriéramos y padeciéramos al tiempo con ella. En ‘Alien Covenant’ no hay ni rastro de la Ellen Ripley en la insulsa Daniels a la que da vida Katherine Waterston, y lo único que servidor salvaría de la quema sería algún momento afortunado del siempre estimulante Michael Fassbender.
Cerrando el cupo de calamidades la impersonal e inane partitura de Jed Kurzel —que sólo funciona cuando cita textualmente a los portentosos pentagramas que Jerry Goldsmith rellenara para la cinta de 1979— no creo exagerar al cerrar afirmando que ‘Alien Covenant’ ha completado los clavos que faltaban en el ataúd que ‘Prometheus’ puso a la saga de ‘Alien’. Muy atractiva tendrá que resultar sobre el papel la propuesta que la Fox y Ridley Scott monten con la siguiente entrega de la franquicia para que este redactor se interese por ella y quiera volver a invertir dos horas de su preciado tiempo en que le ofrezcan el mismo manido caramelo con un nuevo y reluciente envoltorio. No, señores míos, pasen de largo, búsquense a otro para que caiga en el «timo de la estampita».