COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘Vengadores: Infinity War’, la madre de todas las películas Marvel

Plano fijo de un personaje. Fundido a negro. Comienzan a sucederse los créditos. La sala está completamente enmudecida. Miro a mi alrededor y veo caras que reflejan no saber muy bien como asimilar lo que acaban de ver. Alguna voz tímida comienza a alzarse sobre el ensordecedor silencio afirmando que cómo van a dejarnos así durante un año. Otras se le unen comenzando a elucubrar teorías de cuáles serán los esquemas que sigan los guionistas de cara al estreno, el 3 de mayo de 2019 de la segunda entrega de ‘Vengadores: Infinity War’ (‘Avengers: Infinity War’, Anthony & Joe Russo, 2018).

Mientras tanto, los créditos, subrayados por un potentísimo tema compuesto por el gran Alan Silvestri —que menuda banda sonora se marca para los 150 minutos de metraje— siguen desfilando interminables por la pantalla. Nadie se mueve de sus asientos. Muchos avisamos a algún inquieto que esté tranquilo, que hay una única escena post-créditos y está al final. Parece que poco a poco el impacto de lo que ha supuesto la cinta número 19 en el devenir del Universo Marvel Cinematográfico se va asimilando. Llega la citada escena. Caras familiares y la promesa de lo que está por venir. Un nuevo fundido a negro. Terminan 150 minutos de infarto.

150 minutos que daban comienzo hace diez años, inadvertidos, cuando, por primera vez, veíamos a Robert Downey Jr. en la gran pantalla calzarse la armadura de Iron Man. Lo que ha ido transcurriendo desde entonces, cocinado a fuego lento, tomando decisiones que no siempre han sido las más acertadas y destilado en casi una veintena de largometrajes —y un puñado de series de televisión— conforma, ya, un cosmos imbatible y en su mayoría cohesivo con el que Disney y Marvel Studios han dejado claro, una y otra vez, que ellos no compiten con nadie por hacer las mejores películas de superhéroes porque, sencillamente, no hay competencia que les pueda hacer temblar el pulso.

Todo ha conducido aquí

La máquina publicitaria de Marvel lo ha dejado muy claro en estas últimas semanas: todo lo que hemos visto desde 2008, y sobre todo desde aquel impresionante instante en que, al final de ‘Los Vengadores’ (‘Avengers’, Joss Whedon, 2012), se nos desvelaba que era Thanos, el titán loco, el que se encontraba detrás de la invasión Chitauri, ha ido encauzando poco a poco el camino hasta lo que podemos ver a partir de hoy en los cines. Un camino que, como decía en el párrafo anterior, no siempre ha sido de rosas —todos sabemos cuáles han sido las piedras con las que los estudios han tropezado— pero un camino a fin de cuentas que, honestamente, nunca podríamos haber pensado que encontraría una estación intermedia que se sintiera tan definitiva y definitoria como la que los hermanos Russo han orquestado aquí.

Con las piezas colocadas en el tablero a través de lo que la vertiente cinematográfica de La Casa de las Ideas nos ha ofrecido en los dos últimos años, ‘Infinity War’ arranca conectando de manera inmediata con el final de ‘Thor: Ragnarok’ (id, Taika Waititi, 2018) en una secuencia que sirve de prólogo, sí, pero que sobre todo es una honesta y categórica declaración de principios acerca de los sombríos derroteros por los que se va a mover gran parte de la acción. Porque, sí, hay humor —es una película Marvel, tiene que haberlo, forma parte de la idiosincrasia de las cintas de la compañía—, pero sus esporádicas apariciones —todas muy, muy afortunadas…y no voy a señalar a ninguna por más que me gustaría hacerlo— quedan sepultadas bajo la pesada capa de drama y gravedad con la que se reviste el personaje de Thanos y, por extensión, el filme.

Parece como si, antes de abrir esa nueva etapa en el curso del UMC de la que no va a saberse absolutamente nada hasta que se estrene la cuarta parte de ‘Los Vengadores’ el año que viene —o al menos eso es lo que ha afirmado Kevin Feige hace pocos días—, quisieran dar un primer y potente cierre a la presente echando mano de toda la artillería pesada. Y a fe mía que, si esa es su intención, si detrás de lo que veíamos anoche se encuentran los rayos que preceden a los truenos, sólo puedo temblar de la emoción y comerme las uñas de la expectación ante lo que sea que nos tienen reservado para dentro de poco más de doce meses.

En perfecto equilibrio

Sobre ‘Infinity War’ pesaban muchas —muchísimas— dudas previas, máxime si con quien se intercambiaban impresiones era con algún detractor recalcitrante. Pero la que más pesaba en el ánimo de este redactor era si el equipo de guionistas y directores iban a ser capaces de dar con la tecla adecuada en dos áreas que, a mi modesto entender, podrían herir de muerte al filme de no estar perfectamente definidas. Una, lograr el equilibrio de los muchos personajes y acciones que se intuían iban a confluir aquí. Dos, hacer suyas las muy diferentes tonalidades con las que se habían ido dibujando a personajes o agrupaciones tan dispares como Spider-man, Doctor Extraño o los Guardianes de la Galaxia.

Y lo han conseguido. Digo que si lo han conseguido. Exceptuando una escena intermedia en la que podríamos, si así lo quisiéramos, detectar un cierto bajón de ritmo —y considerando que son como dos o tres minutos, no sabría siquiera si es correcto apostillar sobre ella en sentido negativo—, ‘Infinity War’ no para, nunca cesa en su continuo ir y venir a los muchos frentes que plantea. Algunos se abren para cerrarse poco después, otros, los tres principales, terminan confluyendo en dos que son los que guían el metraje hacia su colosal acto final. Pero el perpetuum mobile de todos ellos, la gracilidad con la que va saltándose de uno a otro y la sensación de que todo funciona como una maquinaría de relojería suiza en la que ninguna pieza está de más, es la que más queda marcada a fuego en el respetable.

Si es así, si en ningún momento podemos apuntar a un gozne que chirríe o a un mecanismo que esté fuera de lugar, es porque Christopher Markus, Stephen McFeely y los hermanos Russo han sabido dar con las tonalidades correctas a la hora de tomar la batuta y dirigir con brío a la orquesta compuesta por todos los integrantes que, hasta ahora, han dado vida a los héroes del Universo Marvel Cinematográfico. Familiarizados con algunos, resulta especialmente encomiable la manera en que guionistas —responsables de las tres entregas de las aventuras del Capitán América— y cineastas respetan y dan continuidad a lo que Scott Derrickson y James Gunn habían llevado a cabo, respectivamente, con Stephen Strange y los Guardianes, y el protagonismo de dichos personajes nunca se siente impostado, sino respetuoso con sus cintas correspondientes.

La némesis definitiva

Disruptor de dichas sinergias y catalizador de que se creen geniales y nuevas interacciones es un Thanos que —y esto es algo en lo que parecen coincidir todas las opiniones vertidas por la red—, impresionante en todas y cada una de sus apariciones, aplasta bajo su guantelete a todos los villanos habidos hasta ahora en el UMC y se alza, indiscutible, como la más potente y sólida némesis con la que han contado los héroes marvelitas. Y digo némesis, y no villano, porque si algo consigue el guión de Markus y McFeely es entender bien al titán y dibujarlo sin alejarse ni una ápice de como Jim Starlin lleva describiéndolo desde hace más de veinte años: como un personaje multifacetado, movido por un impulso innoble y amoral que se pone en boca de un personaje que está por encima de toda concepción común de moralidad.

Tan bien hacen los escritores su trabajo, que aceptar el discurso de Thanos como válido —¿me atrevería a decir incluso que como propio?— y por lo menos colegir con sus argumentaciones es algo que se hace desde la platea de la manera más natural y menos forzada posible. Dicho de otra forma, no os sorprendáis si, dejando de lado lo radical y expeditivo de sus métodos, os cuesta entre poco y nada entender las motivaciones del personaje al que da vida Josh Brolin e, incluso, asentís silentes ante los razonamientos que expone para llevar a cabo las acciones que ejecuta.

La tridimensionalidad que rodea a Thanos resulta sobrecogedora a cada aparición pero, sobre todo, cuando el genocida consigue una de las gemas que faltan en su guantelete. Dicho instante es de los de mayor calado emocional de una cinta que se esfuerza, y se esfuerza mucho, en ser algo más que una sucesión de set-pieces muy bien traída, si bien en éste aspecto lo que consigue ‘Infinity War’ está muy por encima de cualquier cosa que hubiéramos visto hasta ahora en el UMC.

Reinventar el blockbuster, redefinir el concepto de épica

Es probable que os parezca una exageración sin sentido afirmar con tanta contundencia que la tercera entrega de ‘Los Vengadores’ oblitera lo que uno podría entender como una película épica y redefine lo que hasta ahora asumíamos bajo el concepto de blockbuster. Pero a fe mía que se alza victoriosa ante ambos retos y, al hacerlo, huelga decirlo, retira sin esfuerzo a las mejores producciones que Marvel había estrenado hasta el momento para conquistar un podio que nunca ha estado tan alto.

Decía antes que la cinta no da descanso, y lo hace a través de una planificación milimétrica que va llevándonos de uno a otro confín de la galaxia de manos de las varias acciones múltiples que, desde bien temprano en la proyección, se van planteando, no incurriendo en el desinterés o el talante de relleno de alguna de ellas en el que suelen incurrir las películas que abren tantísimos frentes. Antes bien, cada vez que el filme salta de una situación a otra, nos quedamos en vilo ante lo que seguirá sucediendo cuando retorne a aquella que acaba de abandonar, una hazaña que perpetuada a lo largo de las dos horas y media, habla con elocuencia de la precisión con la que se ha pulido un conjunto que sorprende, además, por su capacidad para anudar en un mismo lazo todos los cabos sueltos que hasta ahora hubieran podido quedar dispersos a lo largo y ancho del UCM.

Abriendo uno con sus compases finales que nos deja el ánimo al borde del abismo, todas esas acciones confluyen, obviamente, en un masivo clímax de más de 45 minutos —cuando la cinta ya parecía haber tocado techo se me ocurrió mirar el reloj y aún quedaba media hora de metraje— en el que somos salvajemente golpeados una y otra vez por la fuerza y la intensidad emocional con la que todo discurre ante nuestra atónita mirada. Intentar describir lo que vemos en pantalla está fuera de lugar. Baste con afirmar que, ya en la Tierra, ya en Titán, a lo que asistimos es al circo más espectacular que hemos visto en años, y mucho van a tener que trabajárselo los Russo para poder superar lo que aquí se alcanza. Pero eso se verá dentro de doce meses y seis días. Hasta entonces, disfrutemos como merece de lo que aquí se nos propone, que no es poco. ‘NUFF SAID!!!!

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