COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘Un monstruo viene a verme’, perderse…encontrarse

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Ya es, con sus pocos días de taquilla, el fenómeno de cine español del año. Se sabía, claro está, pero no por ello deja de ser motivo de celebración que las salas de nuestros multicines se llenen de cuando en cuando con producciones que no provengan del otro lado del charco. Y si se sabía, era porque tras esta adaptación de la novela homónima de Patrick Ness —que el propio escritor se ha encargado de trasladar al celuloide— se encuentra el nombre de Juan Antonio García Bayona, un cineasta que con sólo tres películas en su haber, incluyendo a ‘Un monstruo viene a verme’ (‘A Monster Calls’, 2016) ha logrado lo que ningún realizador español con tan poca trayectoria —o con mucha trayectoria, para qué engañarnos— ha conseguido nunca: que Hollywood llame a su puerta para encargarle la más que probable revienta-taquillas que será la secuela de ‘Jurassic World’ (id, 2015).

Mientras eso ocurre —la quinta entrega de la saga iniciada por Steven Spielberg en 1993 llegará a las pantallas de todo el mundo en 2018— los que vemos en él a un cineasta con genio y músculo capaz de embarcarse en lo que haga falta —¿hace falta recordar ‘Lo imposible’?—, encontramos en su nueva propuesta una confirmación categórica y contundente del inmenso talento que el catalán gasta cuando se pone detrás del objetivo. Porque, si hay algo que destaca sobremanera por encima de cualquiera de las otras apreciaciones que pueden hacerse sobre ‘Un monstruo viene a verme’, eso es la fabulosa tarea que Bayona cuaja en lo que a dirección se refiere.

Sin querer referirme a ninguno en concreto por no restar efectividad a lo que le depara al que a ella quiera acercarse, es imposible no afirmar que hay instantes —muchos— a lo largo de las dos horas de metraje de este bellísimo y triste cuento en los que lo que vemos en pantalla no puede calificarse sino es bajo el prisma de GENIAL: las soluciones narrativas que el realizador plantea, unidas a unos encuadres por momentos asombrosos y a un tempo que, tras un arranque algo farragoso, hipnotiza sin remisión al espectador, son sólo tres de los muchos valores que atesora una producción que se engalana, y de qué forma, con esas secuencias animadas cuyas irrupciones se cuentan, no cabe duda, entre lo más sobresaliente del conjunto.

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Sobresaliente es también la extraordinaria aportación que la delicadeza de Fernando Velázquez vuelve a hacer a las imágenes del director. El compositor de Getxo, que ya demostró una habilidad inusitada para dar con las sonoridades precisas que requerían historias tan dispares como ‘El orfanato’ (id, 2007), ‘Lo imposible’ (id, 2012) o ‘La cumbre escarlata’ (‘Crimson Peak’, 2015) —por citar las tres producciones más conocidas de su ecléctica trayectoria— reincide en esa habilidad suya tan lograda de tocarnos la fibra sensible con la sola ayuda del piano. No es que la partitura se limite al citado instrumento —atención especial merecen las cuerdas en, por ejemplo, el tema de los brillantes créditos iniciales—, pero su protagonismo, y lo sobrecogedor del mismo, viene a potenciar los momentos clave en los que Bayona, quizás con menor ímpetu —o descaro— que en ‘Lo imposible’, busca remover los sentimientos del espectador y provocar que las lágrimas broten de sus ojos de forma incontenible.

Echando mano de nuevo para ello de un recurso tan universal como el de la relación entre una madre y su hijo —algo que, después de tres cintas, ya puede señalarse como la constante más evidente del cine del catalán— es en la intensa actuación de Lewis McDougall, donde ‘Un monstruo viene a verme’ roza la maestría: consciente del animal escénico que tiene delante, Bayona concede al chaval oportunidades mil para que luzca sus más que sobradas cualidades interpretativas, plantándole cara a una veterana de la talla de Sigourney Weaver —que, no obstante, está espléndida— y merendándose sin despeinarse a la fragilidad de Felicity Jones o al hieratismo Toby Kebell.

Es de manos de McDougall que nos involucramos en mayor medida en esta historia de duelo que, si bien no respeta ni en número ni en orden las fases de dicho proceso, toma prestadas algunas de ellas para trasladarnos el tortuoso camino que lleva al protagonista de la más profunda sima a una luz que, aunque tenue, arroja cierta esperanza en los acongojados corazones de aquellos que nos sentamos en la platea. Unos espectadores a los que la cinta, tras el vapuleo sentimental al que nos somete el acto final, nos reserva una lograda coda en forma de epílogo que cierra de poéticas formas el viaje que Bayona y Ness nos proponen.

Un viaje que no es perfecto —ya decía más arriba que a la cinta le cuesta arrancar y que los personajes de Jones y Kebell son bastante endebles— pero que pisa firme sobre aguas sobresalientes y que, considerando el siguiente paso del cineasta, da forma a una trilogía que comenzó de forma algo atribulada con el que es su título más irregular; que nos sobrecogió con algunos de los instantes más espectaculares de la historia del cine español en su segundo escalón y que en este drama con tintes fantásticos alcanza una cima que muchos quisieran para sí. Pocas dudas caben acerca del esplendoroso futuro que aguarda a J.A.Bayona. Lo esperaremos con ilusión.

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